Los Ejércitos Aborigenes

Tcnr. (R) Edison Macías.

El instinto de conservación y de supervivencia influyó desde épocas inmemoriales en la adopción de medios de manutención, medidas de protección e instrumentos de defensa y de ataque.

Con el paso del tiempo, y presionados por necesidades acuciantes e insoslayables, estos instrumentos rudimentarios fueron paulatinamente perfeccionándose. Asimismo, la iniciativa y la creatividad tomaron fuerza para llegar a constituirse en factores de la vida diaria.

Todos estos elementos fueron parte consubstancial no solo de la vida de los aborígenes que poblaron el continente americano, sino de los primeros seres humanos caprichosamente diseminados en el universo.

No obstante, nos centraremos a analizar únicamente a los aborígenes que poblaron lo que constituyó el antiguo Reino de Quito y a tribus vecinas de aquel inmenso territorio, que habría de constituir la base y el espacio físico que consolidaron las raíces ecuatorianas.

Los instrumentos ofensivos y de defensa se constituyeron en armas rudimentarias creadas por la imaginación y fabricadas con recursos naturales del entorno regional. Aparecen entonces los garrotes, las mazas y las porras construidas con madera y luego perfeccionados con materiales líticos. Asimismo, con el transcurso del tiempo, estas armas van “modernizándose” y aparecen las hachas y las hondas; igual que las lanzas y flechas, cuyas puntas agudas son posteriormente reforzadas con obsidianas para darles fortaleza y poder de penetración.

El instinto de ejercer el poder y subyugar supuestamente al grupo más débil motivará enfrentamientos y generará el espíritu belicoso de los nativos. El exterminio de las tribus fue motivado justamente por las guerras que se desarrollaban. Los grupos sometidos buscaban recuperar el territorio perdido o, en última instancia, si no podían hacerlo, se veían precisados a buscar nuevas tierras en las que podrían vivir y consolidar sus dominios o hasta que otras guerras les obligaran a emigrar nuevamente.

Con este sistema, las tribus poderosas iban ampliando sus territorios y las más débiles buscando lugares más apropiados para su asentamiento, y tratando de concertar alianzas que les posibilitaran enfrentar con éxito a sus poderosos enemigos.

Inconscientemente, el ánimo de conquista y el de defensa hacían que la imaginación e iniciativa crearan sistemas de comunicación, de logística, de supervivencia e inclusive de tácticas y estrategias.

En efecto, las fogatas y el humo constituyeron lo que años más tarde se conocería como señales convencionales visuales, mientas que los sonidos emanados por bocinas, tambores, cuernos, caracoles y otros instrumentos de aire rudimentarios constituían señales auditivas dentro de lo que se podría constituir posteriormente el sistema de comunicaciones. Concomitantemente, tenían que aparecer los mensajeros portadores de noticias, denominados en aquel entonces chasquis, representados por guerreros físicamente bien dotados, que recorrían largos trechos llevando mensajes que debían necesariamente llegar a su destino; los lugares de descanso de los chasquis eran los tambos, pequeños bohíos ubicados en el trayecto y a distancias que coincidían con las diferentes jornadas de recorrido.

La caza, la pesca, la orientación a través del sol y las estrellas y la familiarización con la naturaleza, por más inhóspita que fuese, constituían los medios indispensables de supervivencia.

La logística podría considerarse los alimentos silvestres que recogían y guardaban, las carnes de pescado y animales, ahumadas o secas. Con el transcurrir del tiempo, se sumaron productos agrícolas almacenados en lugares estratégicos que permitiesen el normal flujo logístico durante las contiendas bélicas.

Para reforzar la defensa fueron construidas fortalezas o pucaraes por guerreros habilidosos, los que podrían representar a los actuales ingenieros militares. Pero estos pucaraes aparecieron cuando la técnica de los medios de combate empleada por las diferentes tribus era ya más avanzada.

Estas fortificaciones se diseñaban y construían basándose en muros y fosos a manera de las clásicas trincheras, con sistemas de comunicación para movilizarse de un lugar a otro dentro de una organización de trabajos fortificatorios en el terreno. Estaban complementadas con instalaciones militares que daban cabida a los combatientes y tenían además atalayas que dominaban el espacio geográfico requerido, con el propósito de mejorar el control y la conducción de la defensa.

La imaginación y la necesidad de vencer hicieron concebir tácticas y estratégicas de combate rudimentarias, que el tiempo y las exigencias bélicas perfeccionaron. La guerra de guerrillas con sus diferentes formas de combate podría considerarse que fue concebida y aplicada embrionariamente por el general Rumiñahui, igual que la táctica de tierra arrasada, práctica efectiva que niega los recursos indispensables al contrincante que ha incursionado en tierra extraña.

El reconocimiento discreto del terreno y del enemigo podría catalogarse como instrumento de un incipiente espionaje, y las actividades exploratorias como émulo de lo que posteriormente desarrollaría la caballería de sangre y luego la caballería blindada de nuestros días.

Es lógico deducir que los grupos humanos más poderosos eran aquellos que estaban mejor organizados y respaldados por un ejército cualitativa y cuantitativamente estructurado y con una cultura bélica superior.

Los Incas, por diferentes vestigios arqueológicos y narración de varios cronistas españoles, pueden ser considerados elementos paradigmáticos de la conquista y de una política expansionista y represiva, razón más que suficiente para que tuviesen en la milicia la base fundamental de su idiosincrasia.

El coronel Angel Isaac Chiriboga, respecto a la organización militar de los incas, escribe: “Todo varón debía saber manejar las armas y ser soldado. Principiaba la obligación del servicio militar, cuando el joven había cumplido 25 años y no quedaba exento sino cuando había cumplido 60. Aunque todo varón debía ser soldado, no obstante, no se le ocupaba sino por tiempo determinado y después se le permitía volver a descansar entre los suyos…

“Los ejércitos se componían de cuerpos de compañías de soldados, que manejaban unas mismas armas; así habrá cuerpos de honderos, de lanceros, de maceros. El Jefe primero del ejército era, en rigor, el mismo Inca, pero siempre había un general que estaba a la cabeza de las tropas y a quien se le encomendaba el cuidado de todo lo relativo a la milicia; éste era siempre un Inca principal, que tenía bajo su dependencia a otros jefes y capitanes, porque en la organización del ejército se había reproducido la organización de la nación, distribuyéndose en decenas, centenas y millares. Cada compañía llevaba su insignia y el ejército, la bandera o enseña del Inca, en la cual iba desplegado el Arco Iris con sus brillantes colores, El uniforme de la tropa consistía en el mismo vestido de la tribu a que pertenecían los soldados…

“Para una batalla campal, acostumbraban formar los honderos a la vanguardia y a la retaguardia los armados de rompecabezas, hachas y macanas. Cargaban sobre el enemigo varios cuerpos a un mismo tiempo, en medio de gritos atronadores y al son de sus trompetas y caracoles. No hacían uso de centinelas, pero sí practicaban el espionaje, y la guerra solía principiar, generalmente, con un brusco asalto nocturno de una tribu a otra.

“Los honderos iniciaban el combate a la distancia, lanzando piedras y dardos, y en el combate cuerpo a cuerpo se esgrimían largas espadas o mazas de madera, ingeridas de agudos pedernales. Los maceros, robustos y entrenados, con sus enormes mazas, entraban los últimos en la contienda…”

Si los incas, por el espíritu belicoso, priorizaron la organización y mantenimiento de su ejército, no desatendieron otras actividades que influyeron en el desarrollo de una cultura más adelantada que el resto de tribus que habitaban en zonas circunvecinas.

Cuando se inicia la conquista inca, por elemental principio de defensa y de supervivencia, los grupos étnicos atacados tuvieron que prepararse para la guerra; esta preparación involucraba la fabricación de armas, organización de “fuerzas militares”, acopio de medio logísticos y previsión de los problemas que requerían solución oportuna.

Justamente, la guerra hizo que los ejércitos prehispánicos perfeccionasen el arte de guerrear e incurrieran en la práctica universal de ejercer el poder de la conquista y la necesidad imperiosa de la defensa.

Al respecto Francisco de Jérez nos narra: “su manera de pelear es la siguiente: En la delantera vienen honderos que tiran con hondas piedras quijeñas lisas y hechas a mano de hechura de huevos, los honderos traen rodelas que ellos memos hacen de tablillas angostas y muy fuertes; asimesmo traen jubones colchados de algodón; tras de estos vienen otros con porras y hachas de armas; las porras son de braza y media de largo, y tan gruesas como una lanza jineta; la porra que está al cabo engastonada es de metal, tan grande como el puño, con cinco o seis puntas agudas, tan gruesa cada punta como el dedo pulgar; juegan con ellas a dos manos; las hachas son del mesmo tamaño y mayores; la cuchilla de metal de ancho de un palmo como alabarda. Algunas hachas y porras hay de oro y plata, que traen los principales (comandantes, hatun – apu); tras estos vienen otros con lanzas pequeñas arrojadizas, como dardos; en la retaguardia vienen piqueros con lanzas largas de treinta palmos; en el brazo izquierdo traen una manga con mucho algodón, sobre que juegan con la porra. Todos vienen repartidos en sus escuadras con sus banderas y capitanes que los mandan con tanto concierto como turcos, algunos de ellos traen capacetes grandes que les cubren hasta los ojos”.

De lo expuesto se puede concluir: los grupos de guerreros entraban en combate en masa, los que se encontraban en las primera filas corrían el riesgo de ser eliminados porque les era imposible retroceder por el verdaderos obstáculo humano que se encontraban a sus espaldas; como medidas de acción psicológicas y conseguir desconcierto, desconcentración y temor en sus adversarios, se pintaban el rostro dándole una apariencia de ferocidad temible; los gritos estentóreos de insulto y de aliento constituían un complemento aterrador y aun concierto grotesco que se expandía en todo el campo de combate.