La Globalización y la delincuencia organizada
GLOBALIZACION, ESTADOS DEBILES Y DELINCUENCIA ORGANIZADA TRANSNACIONAL
Las «alianzas estratégicas» entre diversos grupos rusos dedicados al crimen organizado, a los que vagamente suele llamárseles «la mafiya [mafia] rusa», y las grandes organizaciones delictivas latinoamericanas y caribeñas de alcance transnacional se expandieron rápidamente durante los noventa, tras la caída de la URSS.
Los Estados débiles son el contexto ideal para el florecimiento del crimen organizado. Luego del derrumbe soviético en 1991, el nuevo Estado ruso fue un estado débil, y su flaqueza institucional hizo de Rusia un semillero para la delincuencia organizada.
La debilidad institucional de la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, junto con la existencia de un narcotráfico que genera colosales ganancias, hizo que los países de la región se convirtieran en objetivo atractivo para las organizaciones criminales rusas. La falta de transparencia y de auténtico control estatal de los sectores bancarios permitió que los sistemas financieros de muchos países de la región se tornaran vulnerables a la penetración de los agentes del lavado de dinero ruso. La corrupción y la ineficiencia de sus instituciones de persecución del delito y de sus sistemas de administración judicial permitieron que los grupos criminales rusos operaran en numerosas países con una impunidad casi total.
El actual proceso de globalización facilitó las actividades de la mafia rusa, pues, ésta ha podido sacar provecho de la liberalización de las políticas de emigración, la expansión del comercio internacional, la difusión de los sistemas de comunicaciones de alta tecnología y la insuficiente reglamentación de las redes financieras internacionales.
Por su parte, las instituciones de persecución del delito en América Latina y el Caribe padecen penurias y condiciones inadecuadas por falta de recursos y por la corrupción. Los tribunales y los sistemas penitenciarios son atrasados y están saturados. Y la corrupción en los más altos círculos políticos continúa.
EL ASCENSO DE LA DELINCUENCIA ORGANIZADA RUSA
La perestroika creó nuevas oportunidades para la actividad delictiva de todo tipo, al haber debilitado el control soviético de la economía nacional. El poco orden logrado durante el periodo de transición de los años noventa no fue obra del Estado, sino de un grupo de «coordinadores» o «padrinos» (muchas veces conocidos como «ladrones de la hermandad de la ley») que garantizaban la estabilidad del naciente sistema de la delincuencia organizada y coordinaban sus distintos elementos. Entre los principales servicios que prestaban los «ladrones de la hermandad de la ley» estaban la protección de pseudoempresarios contra la extorsión de bandas rivales, el lavado de las ganancias, y la facilitación de contactos entre los jefes de las pandillas y los funcionarios corruptos de la «nueva» Rusia.
Se sabe que existen más de 8000 organizaciones delictivas rusas, euroorientales y eurasiáticas y unos 750 a 800 «ladrones de la hermandad de la ley» conforman la mafia. Hasta el año 2000, entre 200 y 300 de estos grupos de la mafia rusa operaban en el hemisferio occidental.
La expansión internacional de la delincuencia organizada rusa durante los años noventa, siguió un modelo de orientación de tres líneas. La primera apuntaba hacia los países recién independizados de la antigua URSS, o lo que los rusos llaman su «extranjero próximo».
Una segunda línea u objetivo de la expansión de la mafia rusa en el exterior, paralela a la anterior, fue Asia. A principios de los años noventa, diversos grupos de la mafia trataron de establecer acuerdos o alianzas con las «tríadas» chinas, tanto del continente (específicamente de Shanghai) como de Macao, Hong Kong e incluso Malasia.
La tercera línea de la estrategia de expansión de la mafia en el extranjero durante los años noventa se proponía penetrar en el hemisferio occidental, empezando por Estados Unidos, Canadá, América Latina y el Caribe. En particular, se dieron cuenta de que la región ofrecía mercados abiertos para las armas rusas y del bloque soviético y fácil acceso a las redes financieras globales con miras al lavado de dinero.
ACTIVIDADES DE LA MAFIA EN AMERICA LATINA Y EL CARIBE
Las organizaciones criminales rusas tienen una tendencia «natural» a establecer alianzas o asociaciones con sus contrapartes de América Latina y el Caribe, para evitar que las autoridades los detecten y así reducir los riesgos de arrestos, infiltraciones y pérdidas de utilidades.
Estrechamente vinculada con sus actividades de narcotráfico está su cada vez mayor participación en la venta ilegal de armas en América Latina, a menudo mediante trueques de «armas por droga» con los cárteles de narcotraficantes y las organizaciones guerrilleras.
MEXICO
Los informes de Interpol indican que diversas organizaciones delictivas rusas, participan en una ampliagama de actividades ilegalesen México, como el tráfico de drogas y armas, el lavado de dinero, la protitución, la trata de blancas en Europa del Este y Central y en Rusia, así como el contrabando de emigrantes, el secuestro y las estafas con tarjetas de crédito.
Las conexiones con uno o más de los siete principales carteles criminales mexicanos que operan en el país permiten que estas bandas rusas obtengan drogas a bajos precios y en circunstancias relativamente seguras. Durante los últimos cinco años, las rutas de contrabando del Océano Pacífico han ido suplantando a las rutas del Caribe, más congestionadas y donde la vigilancia es mayor; hoy se sospecha que más de la mitad de la cocaína que entra en Estados Unidos pasa por el Pacífico.
Las bandas rusas disponen de numerosas rutas de contrabando de droga para sacar la carga de México. Una de ellas, consiste en embarcar la droga en buques de carga que recorren el Pacífico hasta el puerto de Vladivostok, en el extremo oriental ruso.
Una segunda ruta también del Océano Pacífico, parte de Colombia hacia el sur, traspone el Cabo de Buena Esperanza y luego cruza el Atlántico Sur hasta llegar a los puertos rusos o europeos. Una tercera ruta, cargan en la costa este de México y atrviezan el Golfo de México y el Caribe para llegar a los puertos de España, Portugal, Sicilia y el Mar Báltico.
COLOMBIA, EL CARIBE Y LA COCAINA DE LOS ANDES
Los grupos de la mafia que operan desde EE.UU. y Puerto Rico, establecieron diversas alianzas con las organizaciones de tráfico colombianas desde 1992; estas alianzas con los grupos de la mafia dieron a los colombianos un acceso aun mayor al creciente mercado europeo de cocaína.
Los organismos judiciales y policiales de Estados Unidos detectaron, a mediados de los noventa, varios intentos de mafiosos rusos de vender submarinos, helicópteros y misiles tierra-aire a los narcotraficantes colombianos. Al menos dos helicópteros de combate rusos, junto con muchas armas pequeñas, fueron vendidos al cártel de Cali a mediados de los noventa. A finales de la misma década, buques rusos atracaron repetidas veces en el puerto caribeño de Turbo, en el norte de Colombia, para descargar embarques de rifles de asalto AK-47 de fabricación rusa y granadas de propulsión para la guerrilla de las FARC y, posiblemente, para los grupos paramilitares de derecha, a cambio de cocaína.
Las organizaciones criminales rusas utilizaron cada vez más a diversas naciones del Caribe como puntos de tránsito para las actividades de contrabando de drogas y armas y como centros de lavado del dinero de sus crecientes operaciones internacionales desde mediados de los noventa. Con leyes de estricto secreto bancario y flexibles mecanismos de aplicación de las leyes financieras, islas del Caribe como Antigua o Aruba, ofrecían un atractivo resguardo para lavar grandes sumas de dinero proveniente de las operaciones de la mafia. Panamá, Costa Rica y las Islas Caimán también sirvieron como santuarios para el lavado de dinero ruso.
Los esquemas de lavado de dinero de la mafia no se limitaron, por cierto, al Caribe y a América Central. El escándalo por el lavado de 10000 millones de dólares de dinero ruso, en que se vio involucrado el Bank of New York en 1998-1999, mostró claramente que las instituciones bancarias estadounidenses no son inmunes a la penetración y manipulación de los grupos criminales rusos.
En 1999-2000, ingresaron a Europa cientos de miles de kilogramos de cocaína colombiana con un valor de 50000 dólares estadounidenses por kilogramo. Además de la conexión brasileña en esta actividad rusa de introducción de armas en Colombia a cambio cocaína, también hubo una participación peruana. En mayo de 1996, la policía estadounidense capturó 170 kg de cocaína peruana en un avión DC-8 de la FAP., que iba a Rusia pasando por Miami; trece miembros de su tripulación fueron arrestados en esa ocasión.
Según Vladimiro Montesinos, al menos en cuatro ocasiones distintas, en 1999 se transportaron clandestinamente, por vía aérea, desde Ammán, Jordania, donde habían sido adquiridas, hasta Colombia, armas del mercado negro ruso. Luego de la entrega de las armas, la cocaína con que las FARC las pagaron se transportó presuntamente por vía aérea partiendo desde Colombia, por Iquitos, hasta la costa atlántica de Surinam donde fue camuflada en contenedores de miel y llevada a Europa Occidental y Rusia para su venta en los mercados de droga.
En los seis meses posteriores a la caída de Fujimori, fueron arrestados y encarcelados por corrupción, contrabando de drogas y tráfico de armas 18 generales peruanos, además de otros 70 funcionarios militares y de inteligencia de alto rango del gobierno de Fujimori.
BRASIL Y EL CONO SUR
Desde mediados de la década de los noventa hubo diversos informes de prensa que señalaban la creciente presencia de la delincuencia organizada rusa en el tráfico de armas y drogas y el lavado de dinero en Brasil y los cuatro países del Cono Sur (Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay). A pesar de los desmentidos oficiales, la presencia de la mafia en Argentina se ha relacionado, ante todo, como lugar de tránsito para embarques de cocaína de los Andes hacia Europa, tráfico de armas a Brasil y Colombia, y lavado de dinero. En la llamada área de «triple frontera» donde coinciden Argentina, Brasil y Paraguay, fuentes de inteligencia argentina detectaron contactos entre grupos separatistas chechenos y terroristas islámicos.
En 2001, el general Rosso José Serrano, ex director de la Policía Nacional Colombiana, declaró que las redes criminales rusas estaban introduciendo armas en Colombia a través de Brasil por las mismas rutas de contrabando que se habían creado para sacar cocaína de Colombia hacia Brasil, y de ahí a Europa.
Uruguay, por su parte, se habría vuelto el sitio preferido de las actividades rusas de lavado de dinero en el Cono Sur, durante los noventa, debido a las regulaciones bancarias relativamente débiles de ese país. Según se ha informado, la mafia también usa el sistema bancario boliviano para lavar dinero por las mismas razones. A pesar de la drástica reducción en la producción de la hoja de coca boliviana durante los gobiernos del presidente Hugo Banzer y sus sucesores, Jorge Quiroga y Gonzalo Sánchez de Lozada, las bandas de la mafia habrían continuado usando las rutas de contrabando del norte de Bolivia.
El 17 de enero de 2000, en el puerto chileno de Arica, en la costa del Pacífico, agentes aduaneros chilenos capturaron nueve toneladas de cocaína colombiana que estaban a bordo del buque mercante Nativa, de bandera panameña. El capitán del barco era colombiano, pero su tripulación estaba compuesta por ucranianos.
EL IMPACTO DEL CRIMEN RUSO EN AMERICA LATINA Y EL CARIBE
Quienes componen las organizaciones criminales rusas, en general, no son terroristas ni revolucionarios. Buscan ganancias ilegales a partir de actividades delictivas ilícitas en el marco del sistema capitalista global y protección ante acusaciones legales, no derrocar gobiernos de estados existentes. Sus estrategias delictivas preferidas implican la formación de alianzas temporales, más que estratégicas y permanentes, con mafias y autoridades políticas de los países latinoamericanos que les permitan operar sin ser objeto de las acciones de los organismos policíacos locales o internacionales. Sus tácticas predilectas son el soborno, la extorsión y la intimidación, más que la violencia y el asesinato indiscriminados, aunque si están muy presionados ciertamente pueden ser despiadados. Por lo tanto, en general no constituyen amenazas directas para la estabilidad y seguridad de los países de América Latina y el Caribe en cuyos territorios operan.
Los peligros y riesgos que implican para los gobiernos y las sociedades latinoamericanas las actividades de la mafia son indirectos. En Colombia, las operaciones de intercambio de la mafia de armas por cocaína tuvieron el efecto innegable de mejorar el arsenal de las FARC, contribuyendo por lo tanto a la intensificación de los conflictos internos del país. El hecho de que la mafia rusa parezca igualmente dispuesta a vender armas a los paramilitares colombianos de derecha puede poner de relieve su falta de compromiso ideológico en la lucha civil colombiana.
La mafia rusa no es, de ninguna manera, la única fuente de armas en la región. El mismo Estados Unidos es un gran proveedor de armas pequeñas en América Latina y el Caribe y otras partes del mundo.
La cada vez mayor presencia de la mafia rusa en América Latina y el Caribe no constituye en la actualidad una amenaza directa para la seguridad de los distintos países de la región ni para Estados Unidos. Sin embargo, contribuye indirectamente a la inseguridad y a la creciente perturbación económica, social y política de todo el conjunto y por lo tanto es parte de un creciente desafío al crecimiento económico, la efectiva gobernabilidad democrática y la estabilidad de largo plazo en el hemisferio.
RESPUESTAS DE POLITICA PUBLICA A LA GLOBALIZACION DE LAS ORGANIZACIONES DELICTIVAS RUSAS
Tal como ocurre con otras formas de delincuencia organizada transnacional en el mundo, enfrentar con éxito el creciente desafío de la mafia exigirá grandes reformas institucionales en áreas como aplicación de la justicia, lavado de dinero, control fronterizo y medidas anticorrupción en el nivel de cada uno de los distintos países de la antigua URSS, y cooperación multilateral sostenida y trabajo de inteligencia común entre los organismos judiciales de nivel subregional, regional e internacional. También exigirá un entendimiento mucho más claro por parte de las élites políticas y judiciales en todos los países de América Latina y el Caribe sobre la naturaleza transnacional de las amenazas que enfrentan en sus propias naciones y de la consecuente necesidad de revisar las nociones tradicionales de soberanía nacional y el rechazo a la cooperación internacional.
Pero el entusiasmo actual por los esfuerzos multilaterales también podrían evaporarse demasiado pronto. La verdadera clave del éxito, tanto en la «guerra» contra el terrorismo como en el combate a la delincuencia organizada transnacional, dependerá de que la comunidad internacional en su conjunto tenga la capacidad y la voluntad necesarias para elaborar e institucionalizar sistemas eficaces de coordinación y cooperación multilaterales de largo aliento. Los Estados de América Latina y el Caribe probablemente sean llamados a desempeñar papeles de envergadura en este proceso. No actuar pronto y de manera efectiva podría tener un precio muy alto en términos del debilitamiento de la prosperidad nacional y la estabilidad democrática en cada uno de esos Estados-nación, así como de las presiones y sanciones internacionales, ya sea que Estados Unidos las aplique unilateralmente o, en forma multilateral, la comunidad internacional.